De perogrullería y cintas costeras

Amigos de Patrimonio Panamá:

Quisiera compartir con ustedes unas palabras de Miguel de Unamuno que me han agradado y con las que concuerdo, también. Miguel, en su tiempo, se dedica a la filosofía y a pensar en cuestiones inquietantes.

Sin entrar a discutir — discusión ociosa— si soy o no el que era hace veinte años, es indiscutible, me parece, el hecho de que el que soy hoy proviene, por serie continua de estados de conciencia, del que era en mi cuerpo hace veinte años. La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir.

Todo esto es de una perogrullería chillante, bien lo sé; pero es que, rodando por el mundo, se encuentra uno con hombres que parece no se sienten a sí mismos. Uno de mis mejores amigos, con quien he paseado a diario durante muchos años enteros, cada vez que yo le hablaba de este sentimiento de la propia personalidad, me decía: «Pues yo no me siento a mí mismo; no sé qué es eso».

En cierta ocasión, este amigo a que aludo me dijo: «Quisiera ser fulano» (aquí un nombre), y le dije: eso es lo que yo no acabo nunca de comprender, que uno quiera ser otro cualquiera. Querer ser otro, es querer dejar de ser uno el que es. Me explico que uno desee tener lo que otro tiene, sus riquezas o sus conocimientos; pero ser otro, es cosa que no me la explico. (De Unamuno 1912: 12, 13)

Hay varias cosas que capturaron mi atención en estas reflexiones escritas por Miguel hace poco más de cien años, en un contexto distinto pero tan humano que es universal. Es por ello que he dicho que Miguel las escribió «en su tiempo», pues aunque es cierto que ha fallecido, la expresión de su palabra escrita tiene aspectos de inmortalidad. Él afirma implícitamente que existir es continuar, y por ello la memoria es la base de la personalidad individual. Es una idea muy buena, cuanto más porque análogamente la tradiciones son la base de la personalidad colectiva de un pueblo. Hace veinticinco, cuarenta y seis, cien, ciento once o cuatrocientos noventa y cinco años, si se quiere, éramos otro o muchos pueblos distintos bajo el nombre Panamá. ¿Qué es ser panameño, después de todo? Todos los aspectos de nuestra historia nos pertenecen; hacen que seamos lo que somos hoy con todas las virtudes y defectos de nuestras relaciones en sociedad. Aunque queramos fragmentarnos en aquellos aspectos étnicos o socioculturales de nuestra preferencia (porque estamos tan mezclados que hasta nos damos el gusto de elegir, relegando otros aspectos de nuestra composición a un segundo plano en una especie de paradoja), legalmente seguimos siendo todos, panameños. Todos los aspectos de nuestra historia nos pertenecen. Hemos sido amos, subordinados, invasores, defensores, esclavos, secuestrados, inmigrantes, desplazados, exilados, soberanos. ¿Dónde está «nuestra vida espiritual», «el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir»? Desde mi óptica particular, ese esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar no podría ser otra cosa que la transmisión de nuestra historia y por extensión de nuestro patrimonio histórico, a las futuras generaciones.

Si encontramos panameños que «no se sienten a sí mismos» es por nuestra propia culpa colectiva; por no realzar nuestra historia como algo vivo y con consecuencias reales en el presente; por no proteger nuestros testigos materiales, que son los vestigios, los monumentos históricos. Hago hincapié en que éstos no se refieren únicamente a aquellos declarados mediante leyes… pero ni siquiera a esos los hemos podido proteger. ¿Cuál era el testimonio histórico del Casco Antiguo de Panamá antes de la construcción del viaducto marino Cinta Costera Fase 3? Su estrecha relación con su entorno marino era indispensable para comprender que se trataba de una ciudad portuaria, nodo logístico del imperio español primero y después de las versiones de Panamá que continuaron hasta que la Zona del Canal, creada en 1904, absorbió el puerto, sustituyéndolo por el puerto de Balboa. La ciudad, que fue destruida en 1671 y que por su importancia fue reconstruida en 1673, permaneció, persistió y creció sobre la misma premisa: ser un nodo logístico y de comunicaciones interoceánicas e intercontinentales. La barrera entre la ciudad antigua y el mar que le dio origen asfixia y suprime ese significado universal, que alcanzó en su tiempo a ser patrimonio de toda la humanidad.

Algunos argumentan que el nuevo viaducto es lindo, porque no se entienden a sí mismos como panameños, supongo. No se «sienten» en el sentido medular de la expresión. Es casi obligado pensar que esto es producto del sistema educativo, pero eso sería egoísta, porque hace generaciones éste era excelente y esos panameños otrora estudiantes están vivos.

En ciertas ocasiones, algunos me dijeron que queríamos ser el Dubai de las Américas, y que para esto era necesario tener tantas cintas costeras como fuera posible. Aquí me identifiqué plenamente con Miguel, porque yo tampoco entendí que alguien quiera dejar de «ser» (como pueblo) lo que él es; hacer su pasado a un lado para «ser» otro. Ni siquiera se habló de tener cosas «como Dubai», sino «ser el Dubai de las Américas». ¿Será que no sabemos «ser» panameños? Esto es cosa que no me explico, y parece ser el meollo del problema mayor. Obviamente, los que construyeron el viaducto tenían razones personales y económicas; pero, ¿y los panameños que lo celebran?

Quizá el tiempo de algunas respuestas a toda esta perogrullería amigos lectores, cuando yo, como Miguel, ya no esté aquí.

Saludos,

Katti Osorio Ugarte, Ph.D.

Viaducto marino Cinta Costera 3 y la muralla de Panamá, marzo de 2014.

Viaducto marino Cinta Costera 3 y la muralla de Panamá, marzo de 2014.


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REFERENCIAS
De Unamuno, Miguel (1912). Del sentimiento trágico de la vida. Renacimiento, Madrid, España.